"Es hora, a los cincuenta años de su muerte, de recuperar al poeta (perdido entre la hojarasca de un discurso perezoso, anclado en la anécdota y en la ignorancia) y de hacer justicia a un hombre que, más allá de las debilidades humanas consustanciales a cualquier vida, se sirvió de las palabras que le legó su época para poner en pie una obra de increíbles dimensiones, de gran altura estética y de firme compromiso moral. Su palabra, que guarda en su seno, además de incalculable valor estético e histórico-literario, un legado que se concreta en "el esmero de la inteligencia, la vida del sentimiento, el valor de la bondad y la realidad de la conciencia", sigue siendo, en estos inicios del siglo XXI, obligado punto de referencia de la modernidad poética en lengua española."
Prólogo de su libro Platero y yo:
"Suele creerse que yo escribí Platero y yo para los niños, que es un libro para niños.
No. En 1913, La lectura, que sabía que yo estaba con ese niño, me pidió que adelantase un conjunto de sus páginas más idílicas para su "Biblioteca Juventud". Entonces, alterando la idea momentáneamente, escribí este prólogo: "ADVERTENCIA A LOS HOMBRES QUE LEAN ESTE LIBRO PARA NIÑOS: Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para... ¿qué sé yo para quién!... para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!
Dondequiera que haya niños -dice Novalis- existe una edad de oro". Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.
¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños; siempre te hallé yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me dé su lira, alta y, a veces, sin sentido, igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer!
Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se le ocurren. También habrá excepciones para hombres y para mujeres, etc."
(Tengo que reconocer que no había oído hablar nunca de Juan Ramón Jiménez, Premio Nóbel de Literatura en 1956, hasta que en 1971 vine a vivir a España y alquilé un piso en la calle Juan Ramón Jiménez en Madrid, en el barrio que la gente llamó (¿y sigue llamando?) la “Costa Flemming”. Más vale tarde que nunca llenar este agujero de incultura.)
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