Conocí a Noruega como un
país tranquilo y acogedor. Con gente amable por todas partes. En abril de 1959,
siendo todavía estudiante, hice un viaje
por los tres países escandinavos: Dinamarca, Suecia y Noruega, con mi amigo
francés Michel (fallecido de un cáncer hace unos meses). No vimos ni una sola
mala cara. Hicimos el viaje en autostop y nunca tuvimos que esperar mucho: el
primer coche que llegaba paraba y nos llevaba. En el camino a Göteborg un
automovilista sueco hasta nos ofreció su vivienda de veraneo a la costa para
alojarnos, pero preferimos ir a un alojamiento en la ciudad. Unos días después, en el camino hacía Oslo,
nos llevó un amable camionero noruego hasta Kragerø, un pueblo idílico
al borde del fiordo del mismo nombre, donde en el verano los noruegos escapan
de las preocupaciones de la vida estresante en la ciudad.
Aguas tranquilas en los fiordos noruegos en 1959 (Foto: R. Aga)
Hace un año, en un solo día,
un obsesionado de la extrema derecha, Anders Behring Breivik, sembró el pánico
en este oasis de paz. Mató a 77 noruegos, 8 con una bomba en Oslo y después a 69,
disparando a lo loco en un campamento a jóvenes laboristas en la isla de Utoya.
Ahora, un año después, Breivik ha aceptado con una sonrisa la sentencia de 21
años de cárcel (prorrogables). Breivik no está loco ni lo estaba en julio de
2011. Estaba “en su sano juicio” cuando mató. Y sigue convencido de sus
“ideales” mostrándolo con un saludo fascista cada vez que entra en el tribunal.
El jefe de la policía ha dimitido porque intervinieron tarde, porque en Noruega
ni los policías estaban acostumbrados a cosas así. A Breivik le han impuesto 21
años de cárcel, o sea solo unos tres meses por cada víctima. La justicia
noruega ha sido muy generosa con Breivik. A un tipo así le habrían condenado en
España a más de cien años.
En El Correo viene hoy un artículo
de Ander Carazo, quien habló con algunos noruegos, entre ellos Ingrid Ramsøy, una joven antropóloga noruega que
forma parte del grupo de pensamiento ICARO Think Tank de la Fundación Novia
Salcedo. Según Ingrid la masacre ha hecho perder a la sociedad noruega parte de
su «inocencia congénita», que en términos de la RAE es un “estado connatural del
alma limpia de culpa”. Quiero esperar que Noruega pueda recuperar su alma, que
conocí en 1959.
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