He subido, como lo había hecho el Presidente Kennedy el 26 junio 1963, a una plataforma por el lado oeste del Muro. La vista del lado este era desoladora… Un silencio, solo interrumpido por momentos por el ruido lejano de un autobús o un coche solitario. Casi nadie en las calles. Un vacío que decía más que mil palabras ¡Qué contraste con el Berlín Oeste bullicioso, lleno de actividad y de vida!
Cuando volví en 1998 todo era distinto, todo había cambiado, y era una gozada poder pasear en Unter den Linden (Bajo los Tilos), que ha vuelto a ser la principal arteria de la ciudad, con su nobleza y elegancia.
¡Qué diferencia entre la Europa del libre movimiento entre sus países, y este muro que separó familias de una misma nacionalidad, amigos y ciudadanos de una misma ciudad! Un muro de “protección” erigido contra la “contaminación” por la libertad. Un muro contra el que se estrellaban frontalmente los Derechos Humanos que habían sido proclamados anteriormente, en diciembre de 1948, poco después de la IIª Guerra Mundial. Que se habían establecido para que no hubiera nunca una tercera…, que debían servir para unir a las gentes y los pueblos, no para separarlos.
Aunque hay reliquias del muro que la gente se ha llevado a sus países, y se han mantenido restos enfrente de edificios públicos, los hay quienes no han querido aprender del Muro de Berlín. Después se han construido otros, físicos, de hormigón o de metal, y se han mantenido también otros “virtuales”: ideológicos, culturales, sociales, religiosos…
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